Un país incomunicado
- Uriel C. Altamirano
- 2 may 2024
- 3 Min. de lectura
En las últimas décadas el avance tecnológico permitió que la internet y los dispositivos aceleraran y facilitaran los procesos de interacción para grandes grupos de personas, ¿pero eso nos ha llevado a comunicarnos mejor? La respuesta no parece ser positiva. El mundo actual parece cerrarse cada vez más en burbujas colectivas, cámaras de eco o de resonancia. Parece que hemos cerrado la idea de comunicarnos con los demás.
México es uno de los países más grandes de América Latina en cuanto a territorio; también alberga más de 126 millones de personas en sus 32 estados. En este espacio conviven infantes, jóvenes, personas adultas y de la tercera edad. Además, se manifiestan diversas identidades que cruzan lo cultural, lo económico, lo sexual, lo religioso y lo político. Aquí también se intercambian en las calles, en los mercados, en el transporte y en la “internet” un sin fin de mensajes sobre muchos temas. Sin embargo, resulta paradójico que a pesar de la cantidad de mensajes no haya comunicación. Es decir, permítaseme la exageración, no nos estamos comunicando.
Es de sorprender que aún existiendo grandes audiencias, consumidores de información, usuarios, suscriptores o seguidores la acción de comunicarnos no sea la principal entre las personas. Considero que comunicar es dialogar. Es decir, en términos generales, tener esa disposición de escuchar pero también de hablar. La comunicación como acción implica no solo decir o escuchar, sino un proceso continuo y reflexivo que reconoce que el otro (mi vecina, mi amigo, mi alumno, mi compañera, mi familia) tiene algo que decir; mientras que cada uno de nosotros tiene algo aportar a la conversación.
De cara al proceso electoral de 2024 en el país, circulan mensajes por diversos medios que buscan convencer a la ciudadanía para que elija entre alguna de las opciones políticas. Hay muchos emisores, pero ¿alguien está escuchando? No lo dudo, pero repito: escuchar no es comunicar. Para ello debe existir el diálogo. El problema es que en política los que hablan no quieren escuchar. No me refiero específicamente a quienes buscan el voto, sino también a las militancias, a la ciudadanía que deliberadamente (aunque también de manera inconsciente) decide sólo hablar, y también a quienes solo buscan ocupar los micrófonos, pero rehúyen de las respuestas.
La realidad que hemos construido y a la que nos enfrentamos tiene problemas de racismo, xenofobia, intolerancia, pobreza, desigualdad, injusticia y de comunicación. Es contradictorio que busquemos y pidamos soluciones colectivas sin querer comunicarnos con todos. En los últimos sexenios, los gobiernos recurrieron a diversas prácticas para no comunicar: no reconocieron a los otros, censuraron, apagaron los micrófonos, compraron voces, minimizaron otras visiones y abiertamente negaron el diálogo.
Hoy la comunicación pública y colectiva (e incluso la individual) parte de con quienes no se debe dialogar, de quienes no deben participar en la discusión porque piensan distinto. Tantos años de prácticas autoritarias han dado fruto: nos han hecho creer que estamos en una lucha insalvable donde con el otro no se dialoga. Nos comunicamos solo con quienes piensan como nosotros.
El pasado domingo, en el segundo debate presidencial, las candidaturas nos dieron un ejemplo de la incomunicación en la que vivimos. El ejercicio que debió ser una práctica de comunicación fue justo lo contrario: acusaciones, propuestas a media, proyectos unidimensionales, violencias simbólicas y evasiones. Resulta preocupante que quienes deberían presentarse como personas de diálogo, hagan justo lo contrario.
Pero no son los únicos, la sociedad parece haber claudicado a la comunicación. ¿De qué nos sirve tanta tecnología si no podemos comunicarnos? Creo que estamos de acuerdo en que tenemos serios problemas en el país, y para ello necesitamos comunicarnos. No porque la comunicación en sí resuelva las cosas sino porque, al igual que la democracia, ésta abre la posibilidad de dialogar y tomar decisiones colectivas donde todos puedan participar. Los proyectos autoritarios aunque se revistan de pueblo o colectivo, siguen siendo autoritarios. Quien ocupe la presidencia el próximo octubre debería considerar a la comunicación no como arma, sino como herramienta democrática para la deliberación y la construcción de consensos.
¿Y tú con quiénes hablas? ¿Con quiénes no hablas?

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